“Habiéndome convencido
de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tú mi guía, y
ello me fue posible porque tú, Señor, me socorriste".
(San Agustín)
Confundido
por un erróneo concepto de
independencia busca el ser humano su
emancipación aislándose de todos e incluso del mismo Dios, se sumerge
en sus deseos, cree tranquilizar su alma en el
destello de “felicidad” que brota
de las
cosas materiales, placeres y vanalidades para
estrellarse finalmente con el
muro de la frustración, tarde o temprano
la quimera se revienta como una burbuja,
que lo deja en el vacío existencial, con las manos tan llenas de todo y vacías sin nada, con la carencia interior y
el constante deseo de encontrar fuera de
si lo que solo puede existir dentro de sí.
Claramente
lo entendió San Agustín al llegar a su reposo interior después de carreras inútiles en la búsqueda de
grandes respuestas a preguntas sencillas:
“Habiéndome convencido
de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tú mi guía, y
ello me fue posible porque tú, Señor, me socorriste. Entré, y vi con los ojos
de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos mismos ojos,
por encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz ordinaria y visible a
cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo llenara todo con su
magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta.
¡Tarde te amé, Hermosura
tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y
así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas
hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo.
Reteníanme lejos de tí aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no
existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y
resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti;
me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.
Consciente
Dios de esta absurda inclinación
del hombre a la separación, que al
hacerlo libre, hacia ella tiende, no
lo ha alejado de si, sino que el
remedio le propició en la misericordia y el amor del perdón que supera todo
pecado que no es más que la tendencia del ser humano a la separación o ruptura
de la armonía que integra su vida con Dios, con el otro, con la naturaleza
y consigo mismo.
No
lo pudo expresar Jesús de forma más clara a
través de sus parábolas que
reflejan la inclinación del hombre a la
separación y la constante actitud de Dios a la
reconciliación.
En
esta ocasión les comparto un texto de mi autoría que hace
varios años(2001) escribí inspirado en la majestuosa
parábola del Padre
misericordioso, en ella quiero expresar
esta dinámica relación que se da entre
la equivocada actitud del hombre a separarse, representada en el hijo prodigo, y la actitud de Dios a la reconciliación reflejada en el Padre Misericordioso.
El
texto expone los momentos o pasos del proceso de conversión que se
encuentran implícitos en la misma
parábola.
1. Situación de separación o ruptura (pecado).
2. Consecuencias de la separación
3. Toma de consciencia o reconocimiento del pecado
4. Arrepentimiento
5. Toma de decisión y acciones de reparación
6. Reconciliación, acogida de Dios.
1. Situación de separación o ruptura (pecado).
2. Consecuencias de la separación
3. Toma de consciencia o reconocimiento del pecado
4. Arrepentimiento
5. Toma de decisión y acciones de reparación
6. Reconciliación, acogida de Dios.
VUELVO
A TI
Padre
he pecado contra ti,
he adjurado tu
casa y me he alejado de
ti
olvidándome de todo el amor
que tenías guardado para mí.
Cambié
tu amor por un par de monedas,
me dieron el
deleite y la pasión
que
satisfacen solo por un
momento y dan quimérica alegría,
terminando en el cruel dolor
de haberme apartado de tu sempiterno amor.
Padre
he caído, he conocido la penuria,
la
tristeza, el hambre y el dolor
taciturno y
entre sollozos he
sentido
desde
lo más profundo,
el deseo de recobrar tu amor.
el deseo de recobrar tu amor.
Ambulante estuve entre
placeres y derroches,
pero
hoy vuelvo a nuestra
casa;
temeroso al
reconocer m i error
pero
con la plena confianza de
saber
que
por siempre estarás
dispuesto a brindarme tu PERDÓN.
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