Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del
olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página.
No sé cuál de los dos escribe esta página.
(Borges)
Creo
que me resulta un poco complejo escribir
mi propia biografía ya que en realidad
no sé la
de cuál, o la de quién escribir. Me
pregunto, si me llegará a decidir por alguno de los dos ¿qué pasaría
con el otro? ¿Quién escribiría la suya? Y la respuesta podría parecer tan sencilla como pensar en
escribir la de los dos; no obstante, me quedaría
pendiente una sucesiva combinación
de biografías cuando una parte del uno, como si se pusieran
de acuerdo, se mezcla con una parte del
otro de una manera casi infinita, como se
mezclan y combinan las letras
del abecedario.
Para
no hacer tan compleja la situación a veces
hago intentos de escribir sobre
los dos. Escribo sobre sus
diferencias, sobre su particular manera de situarse en una esquina diferente de ese cuadrilátero en el
que se combate la lucha de la
vida, como si los dos caminaran hacia destinos diferente, mientras tanto
se construyen dos biografías
de una misma historia, como si fueran dos caras de una misma moneda o
dos tomos de la misma enciclopedia.
Mientras
uno mira extasiado el brillo de la luna que disipa las tinieblas de una obscura
noche, y cuenta inútilmente los puntos encendidos de un estrellado firmamento, embriagado por el sabor de una copa de vino y
la quimera de un sentimiento, el otro reclama el disciplinado descanso, tan
sano y requerido para emprender una nueva
jornada de verdaderas obras que dejen su huella en esta historia.
Entonces
él, abre sus ojos cada mañana y se sienta sobre el borde de su cama, aun sin darle tiempo de poner sus
pies sobre el suelo, y quizás con pocas
fuerzas para responder a ese juicio implacable de interrogantes que lo doblegan de una
manera despiadada hasta sumergirlo indefensamente en ese lago de pesares,
lamentos y arrepentimientos; quizás no tanto por lo acontecido, como por aquello que debía
haber realizado. Y como lamento por él,
que en ocasiones sea por viceversa.
Pero
ese, el otro, es el que se pone sus
mejores vestidos, se cuelga aquella medalla y va gritando sus victorias, reclama honores, se
alegra por esa palmadita en su espalda, lucha por
prestigios, se aflige y se cansa
inútilmente por alcanzarlos. Ese, el
otro, duerme y descansa, sueña e imagina, mientras él se desgasta y
trabaja, vestido de modestia y disciplina.
Él,
tiembla de miedo y se esconde, mide cada
paso, calcula palabras y se envuelve en la vergüenza, usa los formalismos y es amigo del respeto; se
preocupa por el valor de una relación, promulga los principios, cree en el amor
y reza cada mañana; mientras tanto, el otro
se goza en el error, se desnuda sin vergüenza, juega al enamorado y se
ríe de la desilusión, crea su propio dios
y se llena de soberbias.
Es
el quien se para en una ventana mirando lejos, haciendo cálculos
pensando en un mañana, recuerda con
nostalgia el pasado y promete no
volverse a equivocar. Fútil e inútil ejercicio,
pues mientras esto pasa el otro hace
todo lo contrario.
Mientras
él dice sí, el otro dice no y sí él dice no, entonces el otro dice sí, como en una disyuntiva de permanente contraposición
juegan como niños que corren uno
tras el otro a no dejarse atrapar. Quizás esté ahí la respuesta a mis
permanentes contradicciones.
Es
el otro el que se descubre en Borges, se
entusiasma con Benedetti y trata de comprender a Machado y a Cortázar; se
esconde entre líneas, juega con palabras y se confunde en el lenguaje. Sí, es
el otro el que le da vida a las palabras, escribe sin ser leído y no
entiende lo que escribe. Mientras tanto él, lo mira complacido, no le
interrumpe sus historias, a veces le cuenta utopías y le pide que las plasme.
En esos momentos algo extraordinario
aconteces: los dos se miran fijamente,
se hablan en silencio como si recordaran haberse visto en algún día en un mismo
sueño, se sientan en una misma banca y luego, sin despedirse, cada uno se marcha por caminos
diferentes quizás con la ilusión de volverse
a encontrar.
Quizás
muchas veces nos cueste comprender la complejidad
de nuestro ser, de nuestros
comportamiento y maneras de reaccionar; experimentamos un dualismo que
nos da
esa sensación de tener dos
personalidades o incluso de
sentir que viven dos personas en nosotros, como si alguien nos invadiera, nos robara lo que somos.
Es probable
que muchas veces nos preguntemos ¿por
qué he hecho esto? o ¿por qué no lo hecho? Al respecto decía el Apóstol
San Pablo: " hago el mal que no
quiero y dejo de hacer el bien que
quiero". Nos sentimos contradictorios, insatisfechos como si nos reclamáramos a nosotros mismos los que nos quitamos, lo
que decidimos e incluso lo que nos
regalamos.
En
esta ocasión comparto un texto del escritor
argentino Jorge Luis Borge, en el cual me
he inspirado para escribir
esta breve reflexión, en el texto el
autor se expresa como si hablara de dos personajes diferentes. Y de una manera extraordinaria termina diciendo:
“ Así mi vida
es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro. No sé cuál de
los dos escribe esta página”.
BORGES Y YO
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren
las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para
mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el
correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario
biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo xviii, las etimologías, el sabor del
café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un
modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Seria exagerado
afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que
Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta
confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páinas no me pueden
salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del
lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme,
definitivamente, y sólo algún instante de mi podrá sobrevivir en el otro. Poco
a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y
magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser;
la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en
Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros
que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo
traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con
el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que
idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del
olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página.
No sé cuál de los dos escribe esta página.
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