COMPARTIENDO CONOCIMIENTO





La vida es un caminar...
y cada día que pasa un avanzar.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Reflexionando desde la poesía: BORGES Y YO



 Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
         No sé cuál de los dos escribe esta página.
(Borges)


Creo que me  resulta un poco complejo escribir mi propia  biografía ya que en realidad no  sé la  de cuál, o la de quién  escribir. Me pregunto, si me  llegará a  decidir por alguno de los dos ¿qué pasaría con el otro? ¿Quién escribiría la suya? Y la respuesta  podría parecer tan sencilla como pensar en escribir  la  de los dos; no obstante, me quedaría pendiente  una sucesiva combinación de  biografías  cuando una parte del uno, como si se pusieran de acuerdo,  se mezcla con una parte del otro de una manera casi infinita, como se  mezclan y combinan las letras  del  abecedario. 

Para no hacer tan compleja la situación a veces  hago intentos de escribir sobre  los  dos. Escribo sobre sus diferencias, sobre su particular manera de situarse en una  esquina diferente de ese cuadrilátero en el que  se combate la  lucha de la  vida, como si los dos caminaran hacia destinos diferente, mientras tanto se  construyen dos  biografías  de una misma historia, como si fueran dos caras de una misma moneda o dos tomos de la misma  enciclopedia.  

Mientras uno mira extasiado el brillo de la luna que disipa las tinieblas de una obscura noche, y cuenta inútilmente los puntos encendidos de un  estrellado firmamento,  embriagado por el sabor de una copa de vino y la quimera de un sentimiento, el otro reclama el disciplinado descanso, tan sano y requerido para emprender una nueva  jornada de verdaderas obras que dejen su huella en esta historia.   

Entonces él, abre sus ojos cada mañana y se sienta sobre el borde  de su cama, aun sin darle tiempo de poner sus pies sobre el suelo, y quizás con pocas  fuerzas  para  responder a ese juicio implacable  de interrogantes que lo doblegan de una manera despiadada hasta sumergirlo indefensamente en ese lago de pesares, lamentos y arrepentimientos; quizás no tanto por  lo acontecido, como por aquello que debía haber  realizado. Y como lamento por él, que en ocasiones sea por  viceversa.  

Pero ese, el otro, es el  que se pone sus mejores  vestidos, se cuelga  aquella medalla y va  gritando sus victorias, reclama honores, se alegra por esa palmadita en su espalda,  lucha por  prestigios, se  aflige y se cansa inútilmente por alcanzarlos. Ese, el  otro, duerme y descansa, sueña e imagina, mientras él se desgasta y trabaja, vestido de modestia y disciplina.  

Él, tiembla de miedo y se esconde, mide  cada paso, calcula palabras y se envuelve en la vergüenza, usa los  formalismos y es amigo del respeto; se preocupa por el valor de una relación, promulga los principios, cree en el amor y reza cada mañana; mientras tanto, el otro  se goza en el error, se desnuda sin vergüenza, juega al enamorado y se ríe de la desilusión, crea su propio  dios  y  se llena de soberbias.

Es  el quien se para en una  ventana mirando lejos, haciendo cálculos pensando en un mañana, recuerda   con nostalgia  el pasado y promete no volverse  a equivocar. Fútil e inútil ejercicio, pues mientras  esto pasa el otro hace todo lo contrario. 

Mientras él dice  sí, el  otro dice no y sí él  dice no, entonces  el otro dice sí, como en una  disyuntiva de permanente contraposición juegan como niños que  corren uno tras  el otro a no dejarse atrapar.  Quizás esté ahí la respuesta a mis permanentes contradicciones.

Es el otro el que  se descubre en Borges, se entusiasma con Benedetti y trata de comprender a Machado y a Cortázar; se esconde entre líneas, juega con palabras y se confunde en el lenguaje. Sí, es el  otro el que le da vida  a las palabras, escribe sin ser leído y no entiende lo que escribe. Mientras tanto él, lo mira complacido, no le interrumpe sus historias, a veces le cuenta utopías y le pide que las plasme. En esos momentos  algo extraordinario aconteces: los dos se  miran fijamente, se hablan en silencio como si recordaran haberse visto en algún día en un mismo sueño, se sientan en una misma banca y luego, sin  despedirse, cada uno se marcha por caminos diferentes quizás con la ilusión de volverse  a encontrar.   

Quizás muchas  veces nos cueste comprender  la complejidad  de nuestro ser, de nuestros  comportamiento y maneras de reaccionar; experimentamos un dualismo que nos  da  esa  sensación de tener  dos  personalidades o incluso de  sentir que  viven dos  personas en nosotros, como si alguien nos invadiera, nos robara lo que somos. 

Es probable  que muchas  veces nos preguntemos ¿por qué he hecho esto? o ¿por  qué no  lo hecho? Al respecto decía  el Apóstol  San Pablo: " hago el mal  que no quiero y dejo de  hacer  el bien que  quiero". Nos sentimos contradictorios, insatisfechos como si nos reclamáramos  a nosotros mismos los que nos quitamos, lo que decidimos e incluso lo que nos  regalamos. 

En esta  ocasión comparto un texto del escritor argentino Jorge Luis Borge, en el cual me  he inspirado para  escribir esta  breve reflexión, en el texto el autor se expresa como  si  hablara de dos personajes  diferentes. Y  de una manera extraordinaria termina diciendo: Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro. No sé cuál de los dos escribe esta página”.

BORGES Y YO
         Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo xviii, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Seria exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páinas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mi podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
         No sé cuál de los dos escribe esta página.

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