La vida es un constante proceso de destrucción y construcción.
(Juan 2, 13-25)
"Evidentemente, toda vida es un proceso de demolición”
(Francis Scott Fitzgerald)
En el pasaje bíblico las palabras de Jesús conducen a la comprensión del templo más allá del lugar físico y geográfico que representaba para los judíos el templo de Jerusalén como lugar del encuentro con Dios. Jesús se presenta como el templo verdadero, por El podemos glorificar y alabar a Dios, a Él confluirán todos los creyentes como punto de encuentro con Dios y es a través de Él que se llega al encuentro con el Padre. “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí”.(Jn.14,6)
Hablando sobre el templo, en el contexto de la pascua y acercándose su muerte, Jesús hace mención de la destrucción y levantamiento del templo refiriéndose a su propia vida, la destrucción de su cuerpo y su levantamiento a través de la resurrección. Más adelante San pablo va a decir que el cuerpo es templo del Espíritu santo. En tal sentido el cuerpo está relacionado con el templo, como lugar sagrado y de comunión con Dios y los demás.
Partiendo de la expresión de Jesús: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Centraré esta reflexión en esta idea, de donde podremos reflexionar sobre la comprensión de la vida del ser humano como un constante proceso de destrucción y levantamiento.
Ideas claves.
1. En la vida es necesario destruir para reconstruir. Si queremos evolucionar o construir algo nuevo y mejor, es necesario destruir algo viejo y peor, si queremos explorar y descubrir nuevas dimensiones de la vida, la destrucción es una asignatura obligatoria en la existencia humana. Más aún hay destrucciones que no quisiéramos afrontar y la misma naturaleza nos conduce y nos arroja a esa destrucción confabulada con la evolución.
En tal sentido el ser humano permanentemente está destruyendo y está reconstruyendo. Desde el nacimiento comenzamos ese proceso de destrucción y reconstrucción, la salida del vientre de la madre es un proceso de destrucción en el que se destruye un ambiente de confort, de tranquilidad y seguridad. Son nueve meses de estabilidad en el que la criatura ha construido una forma de vida y la naturaleza le ha brindado las condiciones; no obstante, luego es necesario la destrucción de ese proceso que llega a su fin, para dar origen a un nuevo proceso de reconstrucción en un mundo desconocido, con amenazas y temores. Desde el nacimiento se inicia la reconstrucción de un nuevo círculo de vida en un hogar, una familia, unos padres que brindan seguridad y estabilidad.
En el mismo orden de ideas, tal círculo de vida, es necesario destruirlo para emprender un nuevo proceso y reconstruir un nuevo círculo, con la juventud y la adultez llega la destrucción de un núcleo para construir uno nuevo círculo familiar, se destruye la dependencia afectiva, psicológica y material de la persona con su familia para adquirir una nueva forma de vida independiente. De esta manera la historia personal del ser humano es un constante proceso de destrucción y construcción.
En el mismo sentido, la muerte del ser humano se constituye en el último proceso de destrucción que da paso a la reconstrucción de una nueva vida, la vida eterna, en palabras de Jesús, si el grano de trigo no muere no puede dar frutos (Jn. 12, 24). Morir es necesario para renacer a la vida, al morir es Cristo quien hace el levantamiento y reconstruye a la persona con su Resurrección.
Quien no destruye no crece, no avanza, no evoluciona, no asume la transformación. La destrucción es necesaria en la vida, necesitamos destruir nuestros proceso de dependencia que nos hacen seres limitados y frustrados, necesitamos destruir nuestras situaciones y estados de vida negativas determinadas por odios, heridas, resentimientos; necesitamos destruir relaciones negativas que nos estancan e impiden desarrollarnos. Decidir destruir tales situaciones es reconstruir en nosotros nuevos templos libres, sanos, llenos de fe y esperanza.
2. Después de todo proceso de destrucción el ser humano está impulsado interiormente por una fuerza de levantamiento y reconstrucción. No se puede desconocer que la destrucción es un proceso doloroso que genera temor y resistencia, pero necesario para la transformación. En el proceso de trasformación es fundamental la construcción, ya que permite superar y trascender; de lo contrario la destrucción se puede constituir en frustración, en un punto de llegada final, y caótico.
Si hacemos memoria en la historia de la humanidad, los países que han pasado por proceso de destrucción como por ejemplo las guerras mundiales o los desastres naturales han logrado superar sus destrucciones y se han restablecido, levantándose para construir mejores condiciones de vida; todo esto, a pesar de las incomprensibles causas o motivaciones de las mismas, como también de sus fatales, dolorosas y atroces consecuencias. Pero en el fondo podemos ver esa fuerza interior que conduce al hombre al levantamiento y la reconstrucción.
Emprender el proceso de destrucción-construcción desde la fe, es descubrir y confiar que es Dios quien hace el levantamiento, que nosotros damos el paso de destruir o de dejar destruir, pero que en el fondo es Él quien hace resurgir nuevas formas de vida, nuevas esperanzas, nuevas situaciones. Él es quien reconstruye nuestro templo.